El Papa: “Estamos invitados a no disimular o esconder nuestras llagas”
Griselda Mutual - Ciudad del Vaticano
Gentileza de Vatican News
La Catedral de Santiago de Chile fue el escenario del tan esperado encuentro del Papa Francisco con los religiosos, consagrados y seminaristas, en la tarde del martes 16 de enero. Allí llegó tras haber visitado el Centro Penitenciario Femenino San Joaquín. Fue recibido por el cardenal Arzobispo de Santiago, S.E. Ricardo Ezzati, quien le dirigió un saludo introductorio con el que presentó al Sumo Pontífice el corazón de la Iglesia de Chile, y al cual el Santo Padre respondió en su discurso, con estas palabras: “Me alegra poder compartir este encuentro con ustedes. Me gustó la manera con la que el Card. Ezzati los iba presentando: aquí están… las consagradas, los consagrados, los presbíteros, los diáconos permanentes, los seminaristas. Me vino a la memoria el día de nuestra ordenación o consagración cuando, después de la presentación, decíamos: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». En este encuentro queremos decirle al Señor: «aquí estamos» para renovar nuestro sí», expresó.
Para renovar ese "sí" al Señor, el Obispo de Roma recorrió tres momentos de la vida de Pedro y de la primera comunidad de cristianos, dado que, tal como él mismo precisó, “la vivencia de los apóstoles siempre tiene este doble aspecto, uno personal y uno comunitario”. Ellos fueron: Pedro/la comunidad abatida, Pedro/la comunidad misericordiada, y Pedro/la comunidad transfigurada.
Pedro abatido: «La primera tentación es quedarse rumiando la desolación»
Para describir el primer aspecto el pontífice recordó el abatimiento de los discípulos al regresar a su tierra después de la muerte de Jesús, con el "vacío que pesaba inconscientemente sobre ellos”. Con Jesús crucificado, también los discípulos lo están, y en su corazón se evidencia “un torbellino de conflictos”, explicó el Papa:
“Pedro lo negó, Judas lo traicionó, los demás huyeron y se escondieron. Solo un puñado de mujeres y el discípulo amado se quedaron”. “En cuestión de días todo se vino abajo. Son las horas del desconcierto y la turbación en la vida del discípulo”.
Con esta imagen el Santo Padre observó - advirtiendo - que en esos momentos, “no es fácil atinar con el camino a seguir”, y que existen varias tentaciones propias de este tiempo, pero que la peor de todas, es la de “quedarse rumiando la desolación".
Tras hacer presente las palabras del Arzobispo de Santiago en su exordio, quien expresara minutos antes que «la vida presbiteral y consagrada en Chile ha atravesado y atraviesa horas difíciles de turbulencias y desafíos no indiferentes”, remarcó un episodio en particular: el caso de los abusos a menores.
“Conozco el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad y sigo con atención cuanto hacen para superar ese grave y doloroso mal. Dolor por el daño y sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia. Dolor por el sufrimiento de las comunidades eclesiales, y dolor también por ustedes, hermanos, que además del desgaste por la entrega han vivido el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza. Sé que a veces han sufrido insultos en el metro o caminando por la calle; que ir «vestido de cura» en muchos lados se está «pagando caro». Por eso los invito a que pidamos a Dios nos dé la lucidez de llamar a la realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo”.
Después de estas palabras, el Pontífice puntualizó otro aspecto para él importante, relacionado con el cambio en las sociedades. “Tenemos que reconocer que, muchas veces, no sabemos cómo insertarnos en estas nuevas circunstancias”, dijo, y puso en guardia sobre la tentación del aislamiento para defender los propios planteos, los cuales terminan siendo “no más que buenos monólogos”.
“Podemos tener la tentación de pensar que todo está mal, y en lugar de profesar una «buena nueva», lo único que profesamos es apatía y desilusión". "Así nos olvidamos que el Evangelio es un camino de conversión, pero no sólo de «los otros», sino también de nosotros”. “Nos guste o no, estamos invitados a enfrentar la realidad así como se nos presenta", aseveró.
Pedro misericordiado: «estamos invitados a no disimular o esconder nuestras llagas»
El Santo Padre recordó a posteriori el momento en que Pedro se confronta consigo mismo haciendo experiencia de su limitación y de su fragilidad, y precisó que es en esa hora crucial cuando nace el apóstol:
“Pedro el temperamental, el jefe impulsivo y salvador, con una buena dosis de autosuficiencia y exceso de confianza en sí mismo y en sus posibilidades, tuvo que someterse a su debilidad y pecado. Él era tan pecador como los otros, era tan necesitado como los otros, era tan frágil como los otros. Pedro falló a quien juró cuidar. Hora crucial para Pedro”.
Recordando también la pregunta del Maestro al apóstol, observó cómo Jesús "no va al reproche ni a la condena", sino que invita a Pedro a que escuche su corazón y aprenda a discernir, y de esta manera confirmó a los religiosos, consagrados y seminaristas allí presentes, que lo que los mantiene como apóstoles de Cristo, es la misma misericordia de Jesús. “Cada uno de nosotros podría hacer memoria, repasando todas las veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con misericordia”, dijo, y, tras recordar que Jesucristo no se presenta a los suyos sin llagas, invitó a “no disimular o esconder nuestras llagas”.
“Una Iglesia con llagas es capaz de comprender las llagas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene nombre: Jesucristo”.
Pedro transfigurado: «pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados a una Iglesia servidora»
Para el último aspecto el Romano Pontífice propuso la imagen del discernimiento que Pedro realiza tras la pregunta del Maestro, explicando que a partir de su sí, comienzan a cobrar fuerza muchos acontecimientos de la vida del apóstol, “como el gesto profético del lavatorio de los pies”.
“Pedro – resumió el Santo Padre- experimentó en su carne la herida no sólo del pecado, sino de sus propios límites y flaquezas. Pero descubrió en Jesús que sus heridas pueden ser camino de Resurrección. Conocer a Pedro abatido para conocer a Pedro transfigurado es la invitación a pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado. Una Iglesia capaz de ponerse al servicio de su Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el desnudo, en el enfermo… (cf. Mt 25,35). Un servicio que no se identifica con asistencialismo o paternalismo, sino con conversión de corazón. El problema no está en darle de comer al pobre, vestir al desnudo, acompañar al enfermo, sino en considerar que el pobre, el desnudo, el enfermo, el preso, el desalojado tienen la dignidad para sentarse en nuestras mesas, de sentirse «en casa» entre nosotros, de sentirse familia. Ese es el signo de que el Reino de los Cielos está entre nosotros. Es el signo de una Iglesia que fue herida por su pecado, misericordiada por su Señor, y convertida en profética por vocación”.
Con este recorrido por los tres momentos de la vida de Pedro el Papa Francisco renovó junto a los religiosos, consagrados y seminaristas su SÍ a Cristo, afirmando previamente que "renovar la profecía es renovar el compromiso de no esperar un mundo ideal, una comunidad ideal, un discípulo ideal" para vivir o para evangelizar, "sino crear las condiciones para que cada persona abatida pueda encontrarse con Jesús”, y esto porque, "no se aman las situaciones ni las comunidades ideales, se aman las personas".
“Cuando comenzaba este encuentro, les decía que veníamos a renovar nuestro sí, con ganas, con pasión. Queremos renovar nuestro sí, pero realista, porque está apoyado en la mirada de Jesús”.
Papa a los obispos de Chile: La Iglesia no es de una élite clerical
"No podremos sostener nuestra vida y vocación sin esta conciencia de ser Pueblo", dijo el Santo Padre a sus hermanos en el episcopado.
Tras una intensa jornada en su segundo día de viaje apostólico a Chile, el Papa Francisco se reunió con los obispos del país en la Catedral de Santiago, instantes después de haber celebrado allí mismo, el encuentro con los sacerdotes, religiosos consagrados y seminaristas, en torno a las 22:00, hora local.
Durante el breve encuentro con sus hermanos en el episcopado, el Santo Padre dirigió unas palabras de afecto a Mons. Bernardino Piñera Carvallo, sacerdote chileno que este año cumplirá 60 años de obispo siendo así el obispo “más anciano del mundo y que ha vivido cuatro sesiones del Concilio Vaticano II: una hermosa memoria viviente”, dijo el Papa.
La paternidad del Obispo con su presbítero
Recordando la visita ad limina de los obispos chilenos en Roma, hace menos de un año, el Pontífice hizo hincapié en la importancia de la paternidad del obispo con su presbiterio, “estar cerca de los consagrados y presbíteros porque si el pastor anda disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo”.
“Una paternidad que no es ni paternalismo ni abuso de autoridad sino un don a pedir”, afirmó Francisco animando a los prelados a “estar cerca de sus curas al estilo de san José”.
La conciencia de ser parte del Pueblo de Dios
Por otra parte, el Sucesor de Pedro puso en guardia sobre uno de los problemas que enfrentan nuestras sociedades actuales: el sentimiento de orfandad, “un sentir «postmoderno» de que no pertenecen a nadie y que también puede afectar al clero que olvida que es parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos”.
“Esta falta de conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida”, señaló el Papa, “ya que no podemos sostener nuestra vida, nuestra vocación o ministerio sin esta conciencia de ser Pueblo”.
Los laicos no son nuestros peones ni empleados
Por otro lado, el Santo Padre evidenció cómo la falta de conciencia de que la misión cristiana “es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo”, limita nuestro horizonte, y lo que es peor, “coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro”.
“Digámoslo claro”, afirmó Francisco: “los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que decimos. «El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados».
No al clericalismo y al mundo ideal esquemático
De igual modo, el Sucesor de Pedro pidió a los obispos chilenos que por favor “velen contra la tentación del clericalismo, especialmente en los seminarios y en todo el proceso formativo”, ya que estos últimos deben poner el énfasis en que los futuros sacerdotes “sean capaces de servir al santo Pueblo fiel de Dios, reconociendo la diversidad de culturas y renunciando a la tentación de cualquier forma de clericalismo”.
“El sacerdote es ministro de Jesucristo: protagonista que se hace presente en todo el Pueblo de Dios. Los sacerdotes del mañana deben formarse mirando al mañana”, destacó el Santo Padre, reiterando que “su ministerio se desarrollará en un mundo secularizado y, por lo tanto, “nos exige a nosotros pastores discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en ese escenario concreto y no en nuestros mundos o estados ideales”. “No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie”, manifestó Francisco.
El Don de trabajar por una opción misionera
Finalmente, el Papa instó a los presentes a no tener miedo a despojarse de lo que nos aparta del mandato misionero y animó a sus hermanos “a pedir al Espíritu Santo el don de soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización de Chile más que para una autopreservación eclesiástica”, y todo ello encomendándose siempre “a la protección maternal de María, Madre del pueblo chileno”.
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